Sobre la autora

Carla Guelfenbein, nacida en Chile, estudió Biología en la Universidad de Essex, Inglaterra, especializándose en genética de población. Más tarde, estudió diseño en la prestigiosa escuela San Martín's School of Art en Londres. De vuelta a Chile fue directora de arte y editora de moda de la revista “Elle”. Es autora de la novela El revés del Alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio, Nadar Desnudas y Contigo en la distancia que ganó por unanimidad el premio Alfaguara. Sus cuentos están publicados en antologías de España y Alemania. Han aparecido también en el diario El País y revistas literarias como Granta, Revista Arcadia de Colombia y Párrafo de la universidad de UCLA en EEUU. Su obra ha sido traducida a 16 idiomas por las editoriales más prestigiosas de Europa, recibiendo gran acogida del público y de la crítica nacional e internacional. Sin ir más lejos, el premio nobel de literatura, John Coetzee ha calificado su obra como "sutil, lúcida y compasiva".
Mensajes cifrados
Hace algunos días, después de varios meses sin darnos cita, volví a encontrarme con mi madre. Fue mientras leía un texto de Carmen Martín Gaite. Como la mía, su madre había muerto hacía ya un buen tiempo. Al mirar por los ventanales de su hotel hacia el East River en Nueva York, Carmen Martín Gaite tuvo la sensación de que sus ojos atravesaban el mar y se encontraban al otro lado del Atlántico con los de su madre, también detenidos en una ventana. Orificios en los muros que según sus palabras todas las mujeres del mundo, en algún momento de sus vidas, convierten en andén, en alfombra mágica, para fugarse.
Pero no eran las ventanas los puntos de embarque de mi madre, sino las palabras. Las páginas donde se sumergía y de donde a veces retornaba cargada de gestos que me eran extraños. Recuerdo tantas veces haberla observado en ese instante preciso en que alzaba la mirada de la página y haber visto sus ojos nublados por otros cielos. A veces traía música, como aquella que escuchaba en su tocadiscos la Maga de Rayuela, y entonces, yo podía oír el sonido de lugares lejanos colmados de humo, de palabras, de alientos secretos. En ocasiones ella me cogía de las manos y dábamos unas vueltas al son de una pieza de jazz, mientras el humo de su cigarrillo quedaba suspendido en su rostro como un velo. Yo la observaba moverse, con su pelo corto, sus zapatos planos, sus pantalones y suéter negros, y me daba la impresión de estar ante una de las heroínas existencialistas que ella tanto admiraba. Pero era cuando me sentaba a su lado a leer que algo fulguraba en mi interior, y entonces comprendía la verdadera dimensión de sus fugas. Recuerdo sus miradas subrepticias hacia mi rincón, sabiendo que me aprontaba a atravesar cierta escena, cierto párrafo, que para ella había significado algo, revelándome que, aun cuando siguiéramos las mismas rutas, no veríamos las mismas cosas. Una revelación que provocaba en mí sentimientos encontrados. Por un lado, frustración, ya que nunca podría saber dónde partía mi madre cuando se fugaba en su imaginación. Y por el otro, embeleso, puesto que era justamente en ese aspecto misterioso y único del viaje donde radicaba su magia.
De esas veladas surgieron también las palabras. A veces, seducida por su sonido, yo las atrapaba: desencantado, deshabitado, antítesis, geografía, catalejo, inconmensurable, haz... Y ahí permanecían dando vueltas en mi memoria hasta llegar al papel; entonces mi madre, como una costurera, me enseñaba a unirlas: “el secreto es tocarlas apenas”, me decía rozando la hoja como si estuviera en llamas. Y así, poco a poco, me fue mostrando el lugar oculto que yace entre frase y frase, entre letra y letra.
Fue en ese lugar donde nos dimos cita hace algunos días. Había olvidado contarle que ahora me gano la vida escribiendo, que no he perdido la aguja invisible, esa que une una palabra con otra y que, cuando en ocasiones se escapa de mis dedos, es su recuerdo el que me devuelve el aplomo para intentarlo nuevamente. La memoria de sus ojos viajeros, de su entusiasmo, de los mensajes cifrados que me enviaba desde algún sitio lejano, ya sea desde un bar llamado La Catedral en las entrañas de Lima, o desde las calles congeladas de Moscú, cuando, cautivada por la pasión trágica de Ana Karenina, seguía sus pasos con cientos de palabras revoloteando en su cabeza: desangelado, tren, hastial, misérrimo, andén, caldera, silbato, sueño... hija.
© Carla Guelfenbein
Más información sobre Carla Guelfenbein
OBRA PUBLICADA
- El revés del alma, novela, Alfaguara, Santiago, 2002
- La mujer de mi vida, novela, Alfaguara, Santiago, 2005
- El resto es silencio, novela, Planeta, Santiago, 2008
- Nadar desnudas, novela, Alfaguara, Santiago, 2012
- Contigo en la distancia, novela, Alfaguara, Santiago, 2015 (Premio Alfaguara de novela)
Muy profunda las palabras para cuando pierdes tu madre las personas que todavia las tenemos dar gracias a Dios por eso.
¡Cuánta razón! Muchas gracias Martha por leernos. Besos.
Maravillosa forma de de decirnos lo importante que fue su madre …en tiempos de tanta desvalorización del género femenino ..que bien tener a la persona perfecta .. para decirte lo que vales y todo lo que imaginas puedes alcanza bravo ..por ti por tu madre y por todas las que dejan huellas…
Que bonito, es precioso, muchas gracias por ofrecerlo.